Por: Kathia Arjona
@ka72thia
Soy una persona que vive de los recuerdos que llenan el corazón de alegría y sonrisas. Desde que nacieron mis hijos y estando ellos muy pequeños, como padres nos desvivíamos en tener en nuestra casa, luces, decoración navideña, regalos, botas y ese espíritu de la navidad que no puede faltar.
Nuestros hijos esperaban con ansias abrir sus regalos, ya que les prohibía abrirlos antes del 24 de diciembre; el efecto sorpresa siempre fue indispensable para la Nochebuena.
A medida que crecían, la cantidad de regalos fue disminuyendo. Las listas en las cartas al Santa fueron haciéndose más cortas, hasta que un día dejaron de hacer las famosas cartas navideñas y la cantidad de regalos se fue haciendo más y más pequeña, pero más costosa.
Este año mi hija Kamila, a punto de cumplir la mayoría de edad, me dijo que estaba cansada de que el arbolito se viera feo. Cuando escuché esa palabra, quedé atónita. Nunca había pensado que mi arbolito lleno de bellos recuerdos, como las manualidades de preescolar, los adornos de viajes pasados, esferas con sus fotos, un pancake navideño, muppets, todo eso que colocaba con mucho cariño, lo viera feo. Mi ego se sintió lastimado.
Ese arbolito de recuerdos siempre lo vi hermoso, precisamente por eso, porque cada adorno representaba un momento especial en nuestras vidas. Mi hija me dijo alto y claro que si quería que participara en el montaje del árbol, se hiciera a su manera. Cedí y le di la oportunidad de cambiarlo.
Así es la vida. Cambiar, fluir, ceder, aceptar y dar nuevas oportunidades. Por lo que Kamila se fue de compras y convirtió el árbol en uno cold (frío), azul, plateado con armonía y sincronía. Todos los accesorios estaban impecablemente ordenados, alineados y combinados. El resultado fue un espectáculo.
Sí, la Navidad evoluciona; mis hijos están grandes y ahora sus intereses han cambiado. Aunque algo si me queda claro: siguen apreciando el tiempo en familia, aunque su agenda esté más apretada que sardina en lata.
Mis recuerdos de hace una década atrás, es tener a toda mi familia unida: hermanos, sobrinos, suegros, cuñados, pero al pasar el tiempo, se van reduciendo de alguna manera esos espacios, por las ocupaciones, tranque, las sociales variadas y queda el círculo central: nosotros y esa parte es la que mantiene viva la llama del espíritu de la navidad.
Si efectivamente las tradiciones, costumbres, prácticas, comidas, deseos, agenda, decoraciones, personalidades evolucionan con el tiempo, pero lo que se mantiene es el amor que nos genera el nacimiento del niño Jesús en nuestros hogares, porque él vive dentro de nosotros, haciendo que como familia mantengamos y disfrutemos la alegría de la verdadera navidad.
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