Por: Cristina Oses
No sé si te ha pasado que sin causa alguna sientes una felicidad. Una alegría que no tiene nada que ver con alguna buena noticia recibida, es más, te haces la pregunta ¿Por qué siento este gozo, sino ha sucedido nada que lo explique?
Te cuento que varias veces he sentido este gozo y he reflexionado que es la felicidad que nos ha prometido Dios y la cual viviremos en el cielo. Me parece que los que han sentido esta gracia especial, es una probadita para animarnos a seguir el camino hacia esa felicidad eterna.
Desde el día de mi cumpleaños, en oración le he pedido al Espíritu Santo regalarme gracias y dones para mi santificación y para el servicio de los demás, además le pedí volver a vivir esa alegría inigualable que en varias ocasiones me ha regalado.
Hoy en la misa de la celebración de la Inmaculada Concepción de María y la celebración del día de las madres, el corazón me iba a explotar de tanta felicidad, que no pude contener las lágrimas.
Y les cuento como sucedió: Cada día de las madres acompaño a mamá a la misa a la Parroquia que ella asiste, hoy me levanté, hice mis oraciones, donde meditaba preguntándole a Mamita María como es vivir sin pecado y el inmenso deseo de vivir como ella. Prometiéndole ser consciente de cuidar mis pensamientos, sentimientos, de la omisión y la indiferencia.
Luego, me vestí con un traje celeste, mis rizos me anticipaban lo que sucedería después, porque estaban hermosos, un maquillaje sencillo, aretes y mi collar con la medalla de la Virgen de Guadalupe. Con poco tiempo, solo desayuné una taza de café con una rebanada de pan con queso crema, tomé las diversas vitaminas y la pastillita que nivela mi presión arterial y mi ritmo cardiaco. Me miré al espejo, me dije: que linda estas. Tome mi bolso, las llaves del auto, una bolsa para llevar donde mamá, el papel manila y el masking tape que pidió para los arreglos del nacimiento navideño.
Cuando llegué a la Iglesia, divisé a mamá, me senté a su lado, mamá estaba feliz, como mi tía estaba entre los puestos de ambas, solo alcanzó a darme la mano, me pidió que reservara un puesto para mi cuñada y mi sobrino.
El ambiente en la Iglesia, era tan acogedor, cuando llegué estaban rezando el Santo Rosario, tercer misterio, me uní al rezo, muchos repetíamos las Avemaría y otros llegando y colocándose en los sitios vacíos. De pronto, miré a la imagen de la Virgen Santa María La Antigua y el cuadro de Jesús crucificado que estaba directo frente a mí, y comencé a sentir…si…ese gozo. Cerré mis ojos por un momento y sentí esa alegría inexplicable, sentirme rodeaba de mi familia, las canciones, la homilía del sacerdote, las personas que estaban allí, los amigos y conocidos que se acercaban a saludarme. Las bendiciones, felicitaciones y los abrazos.
Durante varias ocasiones lloré, no de tristeza, sino de alegría. Especialmente en el momento que recibí al Señor en la comunión. Medito como se cumplió la palabra de Dios “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama, se le abre” Mat 7.7-8.
Han pasado varias horas desde que sucedió esto, y aun siento esta alegría. Deseaba llegar a casa, escribir y compartirlo contigo.
Felicidades a todas las madres en su día. Dios les bendiga inmensamente.
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